24 de septiembre de 2010

Absoluto

Acabo de llegar del museo y, si me preguntan, creo que lo que allí se almacena es una verdad constante acerca de nuestro existir. No somos para el tiempo más que un trasto viejo. Desechable. Vivimos consumidos por todo lo que nos rodea. Es notorio como se le da valor a lo obsoleto, a lo vetusto y grotesco. Estatuas, papiros, trapos, marañacos, figuras, todas feas, pero de “valor” altísimo. Bueno, admito que algunas obras de arte son admirables, pero considero que están extremadamente sobrevaluadas.

No obstante vivimos presos del cambio en un inmutable andar. Lo antiguo nos parece anticuado y lo desplazamos rápidamente para sumergirnos en lo moderno, lo “in”, lo Cool… y queremos ir aún más lejos: Postmodernismo. ¿Si lo moderno es lo actual, cómo es posible estar en lo postmoderno? Es igual que cuando se le da la bienvenida al año siguiente cuando aún estamos en el año actual a menos que le des la bienvenida a un familiar que aún no empaca las maletas para ir de visita a tu casa.

Ahora veo que el joven se avergüenza de sus padres y maldice su fortuna por no tener los últimos zapatos. El niño que disfrutaba pateando un balón ahora quiere ser un soldado virtual. Aquel que rechaza un plato de arroz por un plato de salmón rosada con salsa blanca por demás costoso; y de manera inconsciente todos se aferran a un estado de inercia incambiable que llamamos cambio o moda. Si, tienes razón. Es absurdo.

Lo anticuado pierde valor para nosotros, pero lo muy antiguo vale demasiado. Vaya forma de ver la vida, que ironía! Dijo Einstein “todo es relativo”, pero yo prefiero lo total, lo completo, lo terminante, lo decisivo y categórico. Porque lo que proviene del hombre es relativo, pero lo que proviene de Dios es absoluto.

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