Cuando llegó al sepulcro no pudo encontrar nada, ni siquiera la razón que lo había llevado hasta allá. Vio las fauces de la muerte en blanca losa reluciente y su regio corazón se desplomó ante la certeza que unos hombres proclamaban en la arenosa gran ciudad.
Tal imagen de seguro habría ayudado a confirmar, ante el miedo de la gente, que si alguno se escapase de esa atroz condenación, debería ser por mucho, el más grande de los hombres.
Gabriel quiso tentar y probar su osadía aventurándose al interior de la morada de la parca. Encontró el lugar, frio, crudo, insoportable. ¿Esperaba acaso ver a un inerte carpintero? Lo primero que encontró fue un desierto recubierto por el vaho de la muerte.
Allí, aún se encuentran muchas almas atrapadas.
El que estando vivo entra a la tumba con la muerte
Y el que sale de la fosa está confiado en lo perenne
Lo primero que verán es sólo un cuarto a reventar
Un cuarto lleno de vacío…
Porque el “vivo” suele ir a donde hay condenación
Pero el “muerto” ya ascendió con justificado corazón.
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