La traición es comúnmente calificada como un delito grave. Todo grupo social ha castigado este comportamiento con las mayores penas existentes: Muerte inmediata y/o destierro definitivo. No es desconocido para cualquier persona que este suceso es causa de profunda animadversión.
Dante Alighieri en su “Divina Comedia” sitúa en las profundidades del abismo, en el noveno círculo, cuatro tipos de infierno para los traidores según el objeto del engaño: A los parientes, a la patria, a los amigos y a los benefactores. Allí, según el autor, en el último rincón del pérfido lugar se encuentra Judas Iscariote: Un discípulo del Señor.
Para un individuo este hecho es calificado y juzgado con gravedad por ser el rompimiento violento de un voto mutuo de confianza y de fidelidad. Un rechazo unilateral. Este sentimiento es, en gran medida, humanamente inaceptable, inadmisible, intolerable pues odio, orgullo, vergüenza y frustración entre otros sentimientos fluyen inmediatamente de parte del traicionado produciendo una respuesta común: Rechazo hacía el traidor.
Mateo 26:50 “Y Jesús le dijo (a Judas): Amigo, ¿a qué vienes? Entonces se acercaron y echaron mano a Jesús, y le prendieron…” No obstante el Maestro, a pesar de la traición, le dice a su discípulo “amigo” porque siente afecto personal, puro y desinteresado. Porque valora a su compañero y, si bien Judas no fue fiel, Jesús si lo es. Porque el rechazo es también traición.
Ante una respuesta de esta magnitud sólo queda el silencio del discípulo herido por la espada de dos filos.
Este rechazo es común hoy en día pero en dirección contraria. Muchas almas rechazan a Jesús, quien aún sostiene su palabra: Amigo ¿A qué vienes? Mientras ellos guardan silencio cometiendo alta traición.
Cuando Jesús vuelva muchos ya habrán arrojado sus bienes, y se habrán ahorcado aplicándose el castigo a sí mismos al reconocer, como Judas, la sangre inocente del Maestro (Mateo 27:4). Otros como Lot le dirán “hermano” a los malvados en Sodoma (GEN 19:7).
Asegúrate pues, de no ser un Judas, para que al decir “Salve Maestro” (Mateo 26:49) sea real y no fingido, porque no todo el que le dice Señor, al Señor, entrará en el reino de los cielos (Mateo 7:21).
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