Bronceado por el sol y con la brisa en su silueta, pasa el día en la ribera sobre aquella embarcación. Cuantos ojos ven su piel y la comparan con la aurora, cuantos otros su mirada y pierde el mar su claridad. Aquel maestro carpintero, buen marino ha sido hecho, sabe bien que es en el pecho en donde está la salvación. Sabe bien que es su camino como mar en tempestad. Sabe que, vale la pena dar su vida por piedad.
Hoy recoge el fruto que el océano le ha provisto, no fue fácil, tomó tiempo, pero es bueno su botín. Cuantos años pasarán por el fruto que el Altísimo, le ha encargado con esmero y con esfuerzo cosechar. Hoy no está su piel curtida y su fuerza no ha diezmado. Hoy es, él, la misma aurora y la claridad del ancho mar.
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